Nuevos Románticos y góticos, cuando la escena valenciana era la influencia de Madrid en los 80

Nuevos Románticos y góticos, cuando la escena valenciana era la influencia de Madrid en los 80

Puede que en Madrid se marcase un hito con La Movida a principios de los 80 que sirvió de influencia y entrada de modas y tendencias en otras ciudades. Y que Valencia fuera una de ellas, pero al poco tiempo, la ciudad mediterránea engendró una escena propia, conectada independientemente con el extranjero, que acabó siendo una influencia en Madrid. En la capital empezaron a abrir locales que trataban de reproducir el ambiente valenciano, aunque nunca lograron rivalizar. Los madrileños siguieron haciendo excursiones de fin de semana a Valencia. Un estudio académico analiza la relación entre ambas ciudades en los años afterpunk

 

La gente que conoce la Literatura se queja con frecuencia de la que la historia de la misma la escriben, por lo general, una serie de académicos con sus propios criterios. Con el paso de los años, sus elecciones deciden lo que ha existido y lo que no. Es así de crudo. De esta manera, en muchas ocasiones, autores que encandilaban al público, con el paso de los años, han desaparecido del mapa y de la memoria.

Hace unas semanas hablábamos del caso de Ángel María de Lera, que “solo” logró hablar de los problemas de su tiempo, trasladando con fidelidad el habla popular a sus páginas, en novelas de corte naturalista, un género pasado de moda que no se sumergía en los recovecos del alma humana como otras vanguardias más celebradas por los eruditos en aquellos años y los posteriores.

Con la música ocurre tres cuartos de lo mismo. Con la liquidación de la dictadura, en toda España hubo una ola de agitación cultural. Lógicamente, en Madrid sucedieron acontecimientos de gran envergadura. Para empezar, porque había más público concentrado para celebrarlos. Pero no fueron los únicos. Resulta lacerante que cualquier recuerdo de aquellos años insista una y otra vez sobre los mismos protagonistas y los mismos clichés. Un martilleo que ha llevado tanto a la difusión de teorías conspirativas delirantes sobre la época como a generar rechazo por el mero hecho de hartar a la gente con más de lo mismo constantemente.

Si a esto le sumamos que en los 90 muchos grupos españoles dejaron de cantar en castellano por la oleada de pobreza cultural que asoló esa época, resulta que ahora, en los años de YouTube, los viejos estribillos en español no encuentran rival en el inglés insustancial y mal pronunciado que vino después. Los Gabinete Caligari, Radio Futura, Siniestro Total, también Eskorbuto o La Polla Records, no serían genios absolutos internacionales, pero cualquier cosa que dijeran se recordará siempre más que un “aguachi-nao chiriliguanchin” de la generación posterior.

Por eso, si tenemos en cuenta que hoy todo está de moda al mismo tiempo y hay propuestas musicales de cuatro décadas distintas que vuelven por sorpresa en giras nostálgicas, la adición de todos los factores citados ha concluido con una reivindicación de los primeros años 80 que ya ha superado las dos décadas. Es decir, un periodo de tiempo como cinco veces más que los escasos cuatro años que duró aquella explosión musical inicial post-dictadura. En consecuencia, no es poca, precisamente, la gente que está ya ahíta de La Movida. Del silencio absoluto en los 90 hemos pasado a un tsunami absurdo. Algo muy español, como el rechazo total que se manifiesta en consecuencia.

Este es el marco del que parte, con otras palabras, una investigación llevada a cabo por Eduardo Leste y Fernán del Val, de la Universidad de Valladolid, con el título de Más allá del postpunk. New romantics y góticos entre Madrid y Valencia en los años ochenta (descarga gratuita aquí)que se adentra en el vilipendiado incipiente bacalao y la cultura afterpunk que por estas fechas unió estas dos ciudades dando lugar a un fenómeno cultural posiblemente con más singularidad que el mainstream pop-rock de los grupos que triunfaron a principios de la década.

Fue una escena secundaria, más transgresora, que, tal y como dicen los autores, “no se reconocía en la parte comercial de la Movida”. Sus estilos fueron el synth pop, new pop, new romantic, industrial, no wave y el gótico. Un servidor, natural de Madrid, nunca podrá olvidar una cinta recopilatoria de grupos de españoles de estas escenas que le envió desde Valencia el autor de El Auxilio Zine, caballero ahora metido seriamente en política. Aquello me abrió los ojos, me ensanchó los horizontes. Y venía de Valencia a Madrid, no al revés.

“Desde un punto de vista estético, la imagen de los new romantics en Madrid incluía trajes con corbata fina, pantalones de cuero negro, cinturones de tipo fajín, camisas blancas o negras, maquillaje, pelo bien arreglado con fijador y una cierta androginia para los chicos que también podían jugar con un cierto travestismo. Las mujeres podían llevar zapatos de tacón, medias, trajes de chaqueta y pantalón, lo que podría hacer pensar en una mujer de clase alta per de la que se distinguía con un maquillaje mucho más marcado, especialmente en los ojos, que tendían a la oscuridad. Se trataba de una estética que buscaba la pose, la elegancia y la sofisticación, que miraba a Londres, a los clubs Blitz y Candem Palace, y cuyas prendas, o bien se compraban en Londres o se producían mediante técnicas DIY. Todo esto se montaba sobre cuerpos que debían evocar a figuras como Gary Numan, delgados, de aspecto estilizado y algo delicado”.

También cobró importancia la figura del baile. Fue el inicio de la alternativa al monoteísmo rockero, donde solo importa lo que hay sobre el escenario. Ahora empezaba a importar bailar, lo que tú hicieras, cómo te lo pasaras, y la música te servía a ese propósito.

“Se trata de un baile de movimientos horizontales en el que el cuerpo produce un balanceo en el que piernas y brazos producen movimientos gráciles y fluidos que se cortan en un ligero espasmo que marca el inicio de un nuevo balanceo en sentido contrario”

Pero lo más relevante está en la influencia mutua entre dos ciudades. Madrid y Valencia fueron una suerte de Estados Unidos y Gran Bretaña en los 60. Primero, la capital irradió su influencia y luego Valencia, que desarrolló una escena con personalidad propia y conectada por sí misma al extranjero, fue la que extendió su influencia sobre Madrid. Según Joan Oleaque, citan los autores: “hubo un cierto sentimiento de humillación entre ciertos jóvenes valencianos que se vieron excluidos del proceso de modernización”.

Y al final la tendencia la marcaron ellos. En la capital empezaron a abrir bares que trataban de reproducir el ambiente que había en ese momento en locales valencianos. No obstante, nunca pudieron pujar del todo porque las excursiones y viajes de fin de semana desde Madrid a Valencia fueron constantes. El final, ya lo conocemos. Se creó un fenómeno de magnitud europea, la Ruta, que es lo mismo que decir mundial, que ha tardado muchos años en observarse en un verdadera dimensión tras el paso de los medios,  sensacionalistas o no, por su lado oscuro.

Los autores de la investigación sobre todo querían mostrar que la interacción es la base fundamental de cualquier fenómeno cultural, según contestan por email a este redactor: “en el proceso de producción cultural, del que formaron parte muchos jóvenes anónimos, la interacción, se presente en la forma que se presente, es un factor decisivo. También se generan relaciones de emulación y competencia entre escenas musicales y ahí Madrid o Barcelona no siempre son el epicentro de esas escenas”.

Esas relaciones o interacciones en España se produjeron a veces gracias a instrumentos tan alejados de la cultura como el servicio militar obligatorio: “los que pertenecieron a la segunda oleada de new romantics nos dijeron que la mili fue uno de los medios, que no el único, por el cual unos contactaron con otros, se intercambiaron cintas, experiencias…” En este aspecto, es curioso que el hit de la Movida con el que se sigue martilleando sin cesar cuando se habla de esa época, La chica de ayer, se compuso en la Malvarrosa durante un permiso de la mili. Dicho esto siempre con el debido respeto a Gianni Morandi

Con la llegada del new rock, con The Cult, y grupos de esa escena que recuperaban el cuero y la estética biker, los autores han observado que, a la hora de moldear la personalidad de los jóvenes, el aspecto relativo al rol de género, tuvo una escala social: “los primeros new romantics, donde predominaban las clases medias y altas, crearon o adoptaron una masculinidad más andrógina y que entre los segundos, donde había mucha más presencia de clases obreras, caló una estética que recuperaba una masculinidad más marcada. Algo parecido sucedió entre hippies y skinheads, por ejemplo. De todas formas, ambas masculinidades hay que entenderlas como uno de los múltiples elementos subversivos que estas culturas juveniles crearon y entre las cuales también estuvieron otras formas de feminidad”.

 Lo que da idea del mestizaje, de la pluralidad, complejidad y riqueza de la música y la cultura de tribus de aquel momento. Un mosaico que peligra con el rodillo de las reivindicaciones a posteriori: “llama la atención que hoy la nostalgia trate de recuperar la “pureza” musical de aquellos años cuando en realidad parece que aquello se hizo a partir de todo lo contrario: hibridación, mestizaje, competencia…es decir, interacción”, sentencian.

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