¿Cuál será el futuro de la energía?

¿Cuál será el futuro de la energía?

La Iglesia de Loreto de la ciudad de Santa Fe, en Nuevo México, EEUU, encierra un interesante  misterio, tan enigmático como lo que pueda suceder con la energía de cara al fin del siglo. El misterio de la Iglesia es su escalera, fruto de mantener un milagro que data de 130 años y  atrae a unos 250.000 visitantes cada año, y que plantea tres incógnitas por resolver: ¿Con que diseño se construyó? ¿De qué rara aleación material está fabricada? Y, ¿sobre qué bases indetectables se sostiene la misteriosa y, tal vez, milagrosa, escalera?

Esas mismas tres preguntas nos las hemos hecho nosotros, co-autores de Energy & Power Futures, a cada paso de un proyecto que tomo dos años. Al final, el lector tendrá respuesta a cada uno de los interrogantes que nos hacemos respecto de la ‘escalera’ de la energía.

El sector energético está experimentando la transformación más profunda de la historia moderna. Siendo el elefante en la sala del cambio climático, requiere cambiar su naturaleza como no ha sucedido en los últimos 250 años, y hacerlo en tan solo 30. No hay tiempo para más. Ningún desafío, tan apremiante, ha enfrentado la supervivencia de las condiciones de vida y de progreso material de la humanidad.

A favor de tal transformación contamos con el rápido progreso tecnológico y la disminución de costes de energías limpias. Pero reducir en la matriz energética global el carbón tres cuartas partes y el petróleo a la mitad para 2050, requiere cambios drásticos en el comportamiento de los consumidores, marco de regulación e incentivos, instituciones financieras y corporaciones.

La incertidumbre de los desarrollos energéticos, el impacto de la nueva era de pandemias y los riesgos que deberá asumir el mundo empresarial energético nos motivó a mirar de forma poco ortodoxa -pero creemos útil- cómo será el futuro en 2050 y 2100. Utilizando una metodología nunca antes puesta en vigor, el libro revela los futuros más probables hacia los que se dirige el mundo; tanto en las fuentes de abastecimiento (hidrocarburos, renovables, nuclear) como en sus usos (electricidad, calor y transporte).

El ejercicio de pronóstico es único en varios aspectos. En primer término, cantidades masivas de información (Big Data) fueron procesadas gracias a programas de Smart Data Analytics a nuestro alcance. Esto nos permitió mirar hacia adelante, hacia atrás y hacia afuera; forecasting y backcasting. En segundo lugar, la combinación de métodos estadísticos tradicionales (el método Nightingdale) y econométricos modernos (co-integración) nos ayudó a visualizar no la óptima, sino las más probables trayectorias, de cada componente energético y su efecto agregado, comparado con las trayectorias requeridas para cumplir las metas propuestas por el Acuerdo de Paris.

Predecir cantidades y precios (vr. gr., del petróleo o de la electricidad) no es muy diferente a aquello que practica un chef todos los días antes de preparar los platos que demandarán sus clientes. Aún así, la predicción de precios es asunto ciertamente difícil y arriesgado. Constituye un lugar común que la predicción de los volúmenes y precios de los recursos energéticos como el petróleo, no es para los jinetes de Excel, dadas las importantes consideraciones de geopolítica que intervienen en ello.

Generalmente todo análisis de esta naturaleza, asume que el suministro y la demanda de energía deben equilibrarse. Y no es así. En energía, la oferta siempre ha superado la demanda en aproximadamente un 60 por ciento, porque desperdiciamos más de lo que realmente utilizamos. La buena noticia es que nuestro ejercicio predice que utilizaremos de manera efectiva el 69 por ciento de toda la energía producida en 2050, y el 71 por ciento en el año 2100. Ello gracias a una mucho mayor eficiencia y un desarrollo tecnológico de perfiles disruptivos.

En cualquier caso, iremos descubriendo si nuestros pronósticos son acertados cuando 2021 abra realmente sus cortinas y nos deslicemos hacia el ‘high noon’ del siglo XXI. El intruso coronavirus puede haber desplumado nuestra cobertura de protección pero no ha roto nuestras alas. Esta pandemia nos ha permitido valorar los costes extras de corto plazo necesarios para volver a una trayectoria de largo plazo con emisiones netas de carbono cero. Aun antes del Covid-19, era previsible que no llegaríamos al net-cero en 2050, y que solo estaríamos cerca de los objetivos en 2100. Con el Covid-19 a cuestas, confiamos en que la humanidad esté más dispuesta a escuchar los lamentos de Gaia.

En los próximos 80 años (hacia 2100) el carbón y el petróleo se reducirán significativamente en 404 y 132 por ciento, respectivamente; en tanto que el gas natural y las energías renovables logran avances sin precedentes de 342 y 563, por ciento. Al carbón lo vapulea el cambio climático y al petróleo lo victimizará el vehículo eléctrico. El vacío lo cubren las energías mas limpias.

Por el lado de la demanda, la electricidad asume casi todas las pérdidas del transporte basado en petróleo. Mientras, el uso de calor aumentará en un 132 por ciento en los próximos 80 años. El transporte relacionado con los motores de combustión interna disminuirá en un 66 por ciento.

El libro también ilustra sobre el debate relacionado con los famosos «picos» de la energía: El Pico de Petróleo (Peak Oil), el Pico de Demanda, el Pico de los Autos y el Pico de Carbón. Ellos se refieren al punto en el tiempo donde la curva de consumo correspondiente inicia su descenso sempiterno. La combinación de nuevas opciones tecnológicas (como el vehículo eléctrico), consideraciones medioambientales (Cambio Climático) y aspectos regulatorios (futuro nuclear y del hidrogeno) nos ayudaron a identificar dónde está cada uno de ellos y cómo de pronunciado será el descenso. En un avance publicado en abril de 2019 estuvimos entre los primeros en asegurar que el “peak demand” en petróleo ya había iniciado su descenso. Varios meses más tarde, tanto BP como otros analistas, aceptaron que el descenso se anticipaba a 2021, años antes de lo esperado.

Es en el sector eléctrico donde predecimos cambios tectónicos. El gas natural se convierte en un abastecedor muy poderoso con 40 por ciento del total seguido por las energías renovables, con 35 por ciento. El carbón es el gran perdedor, reduciendo su participación de 45 por ciento en 2018 a alrededor del 10 por ciento en 2100. El consumo global promedio de electricidad per cápita aumentara de 3.345 kilovatios-hora por persona por año (kWh/p/a) en 2019 a 13.207 kWh/p/y. Es decir, para 2100, el promedio mundial de consumo eléctrico será similar que el consumo actual de EE. UU.

Tres nuevas realidades cambiarán la forma en que conducimos nuestras vidas de hoy con vistas a 2050. En primer término, la transición lenta pero implacable de moléculas (hidrocarburos) por electrones (vehículo eléctrico, fuel-cells, amoniaco). Se alterarán significativamente los patrones de consumo de la energía apuntando hacia una solución de mínimas emisiones de carbono en el transporte de personas y mercancías. Claro que habrá obstáculos: como el ritmo en el desarrollo de una infraestructura de almacenamiento y recarga de los vehículos eléctricos adecuada (aunque no perdamos de vista el incremento de vehículo eléctrico en Europa este año); o la incorporación de cerca de 2.000 millones de nuevos consumidores a la red eléctrica global hacia 2050  (incluidas nuevas redes y plataformas de datos energéticos descentralizados) y cómo atender la explosión de consumo generada por el incremento en enfriamiento ambiental (aire acondicionado), minería de datos, computación y telefonía.

En segundo lugar, el gran reto lo tienen las ciudades, que serán, en gran medida, nuevas comunidades de multiservicios relacionados con la energía. Los patrones de planificación urbana y movilidad de la ciudad cambiarán de manera sustancial en infraestructura, gobernanza y finanzas. Se predice que tendrán nubes privadas, ciber-monedas y procedimientos de blockchain generalizados. Predominaran los vehículos eléctricos y la movilidad en sus distintas variantes, así como las distancias trabajo-vida nos obligarán a repensar el transporte urbano.

Por último, los activos productivos energéticos y su regulación dependerán de plataformas de datos inteligentes para garantizar el adecuado suministro y la defensa del medio ambiente, indispensable para la transición hacia una economía sostenible y descarbonizada.

En definitiva, hemos pretendido con este trabajo tratar de indagar en la bola de cristal del sector energético, secretos similares a los de la Iglesia de Loreto de la ciudad de Santa Fe, en EEUU. Por ello, confiamos en que  Energy & Power Futures pueda ayudar a dilucidar cómo se construyó el futuro energético de 2050 y 2100; sobre qué bases se apoyará y bajo qué supuestos se sostiene nuestra escalera hacia un porvenir energético mucho más sostenible.

La Fundación de empresarios valencianos en Madrid, Conexus, recomienda esta noticia de ElPeriodicodelaEnergia 



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